Hoy es la primer huelga de docentes universitarios del año. Más allá de la experiencia cotidiana, que se resume en ir o no a las clases, la circunstancia pueden ayudar para ver dónde estamos.
En una conversación con una profesora, ella planteaba que gracias a los paros consiguieron lo poco o mucho que tienen. La respuesta venía a cuento de mi planteo acerca de lo poco útil que resultan las huelgas docentes en un país que, entiendo, no privilegia la educación como política de Estado. En este contexto, el paro se vuelve rutinario, no se entienden las causas y lo único que importa es "si voy o no a clases". El panorama se completa con situaciones extremas: un docente, en el año 2005, no avisaba cuando adhería y cuando no porque "el paro si no, no jode, y si no jode, no sirve". Que los reclamos sean los mismos todos los años, también colabora a quitarle legitimidad y, por ende, masividad en la protesta.
La mitad de los docentes ad honorem, edificios superpoblados y una infraestructura precaria son motivos de sobra para quejarse. No creo equivocarme si digo que en otros países, por mucho menos que lo que vivimos, habría un reclamo más duro desde dentro y fuera de la comunidad universitaria. Sin embargo, naturalizamos la pobreza. Nos acostumbramos a las aulas congeladas en invierno y calurosas en verano, a ver algunas clases desde fuera del aula, a que quienes nos forman no cobren un peso.
La separación entre estudiantes y alumnos es arbitraria. los docentes son alumnos después de su graduación, y muchos alumnos son, a la vez, ayudantes de profesores. Las quejas son compartidas en muchos aspectos. Eso no se tradujo en unidad, la cual está limitada a profesores y alumnos compañeros de militancia. El común de los estudiantes pretende que le den clases y que puedan estudiar. Los docentes pretenden recibir un sueldo acorde a la función que cumplen.
La palabra clave es solidaridad. No sólo hay que pedirla, también darla. Hasta que los estudiantes no comprendamos lo anormal e injusto de la situación, hasta que los docentes no incorporen las necesidades de los estudiantes y se preocupen por ellas, el deja vu será inevitable.
La reflexión también es hacia fuera. En épocas de cacerolas, piquetes rurales y retenciones, cabe preguntarse que importancia tiene la educación en nuestro país. No solo a nivel estatal, sino en la sociedad en general. Cuando desaparecieron los ahorros, se llenó la Plaza de Mayo. Cuando se vaciaron las góndolas, se llenó la Plaza de Mayo. ¿Por qué hay que matar un maestro para que se llene la Plaza de Mayo por le educación?
En una conversación con una profesora, ella planteaba que gracias a los paros consiguieron lo poco o mucho que tienen. La respuesta venía a cuento de mi planteo acerca de lo poco útil que resultan las huelgas docentes en un país que, entiendo, no privilegia la educación como política de Estado. En este contexto, el paro se vuelve rutinario, no se entienden las causas y lo único que importa es "si voy o no a clases". El panorama se completa con situaciones extremas: un docente, en el año 2005, no avisaba cuando adhería y cuando no porque "el paro si no, no jode, y si no jode, no sirve". Que los reclamos sean los mismos todos los años, también colabora a quitarle legitimidad y, por ende, masividad en la protesta.
La mitad de los docentes ad honorem, edificios superpoblados y una infraestructura precaria son motivos de sobra para quejarse. No creo equivocarme si digo que en otros países, por mucho menos que lo que vivimos, habría un reclamo más duro desde dentro y fuera de la comunidad universitaria. Sin embargo, naturalizamos la pobreza. Nos acostumbramos a las aulas congeladas en invierno y calurosas en verano, a ver algunas clases desde fuera del aula, a que quienes nos forman no cobren un peso.
La separación entre estudiantes y alumnos es arbitraria. los docentes son alumnos después de su graduación, y muchos alumnos son, a la vez, ayudantes de profesores. Las quejas son compartidas en muchos aspectos. Eso no se tradujo en unidad, la cual está limitada a profesores y alumnos compañeros de militancia. El común de los estudiantes pretende que le den clases y que puedan estudiar. Los docentes pretenden recibir un sueldo acorde a la función que cumplen.
La palabra clave es solidaridad. No sólo hay que pedirla, también darla. Hasta que los estudiantes no comprendamos lo anormal e injusto de la situación, hasta que los docentes no incorporen las necesidades de los estudiantes y se preocupen por ellas, el deja vu será inevitable.
La reflexión también es hacia fuera. En épocas de cacerolas, piquetes rurales y retenciones, cabe preguntarse que importancia tiene la educación en nuestro país. No solo a nivel estatal, sino en la sociedad en general. Cuando desaparecieron los ahorros, se llenó la Plaza de Mayo. Cuando se vaciaron las góndolas, se llenó la Plaza de Mayo. ¿Por qué hay que matar un maestro para que se llene la Plaza de Mayo por le educación?
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